viernes, 1 de octubre de 2010

De lo que encontré cuando fui a visitar a los nativos del tom tom

Ya hace algunas semanas que estoy en la selva. Por ahora las cosas no me han salido mal, tengo vivienda, comida, agua (me falta el vino!!!!), música, navego por la web, mantengo contactos con algunos -muy pocos- amigos, dada la situación podría estar mucho peor. Sin embargo, no me confío. Todos los días estoy atento al cielo. Afortunadamente no he visto ningún avión o helicóptero que pareciera estar buscándome. O los traficantes de armas y sus compradores se han olvidado de mí, o bien aún no saben adonde caí -esta es la opción más probable, me temo.  He creado un pequeño arsenal en la choza con las armas que transportaba en aquel avión. Y duermo con un revolver al lado de la cama, al alcance de mi mano, en caso de que la amenaza llegue por la noche (aún en el sueño estoy atento a todos los ruidos, si me encuentran no quiero que me tomen por sorpresa).
Como ya saben, he estado pensando mucho en el misterio de mis vecinos con sus tambores incansables.  La idea de que no fueran reales, o de que no fueran humanos, me asustaba un poco, pero más que nada me intrigaba. El hecho de que esas figuras amenazantes estuvieran persistentemente presentes y activas siempre en ese miso pedazo de la selva me sugería la posibilidad de que quizás alguien estuviera tratando de ocultar algo que estaba detrás, más allá de los supuestos nativos.  Y por cierto, la existencia de una red de acceso a Internet en el corazón de Africa era otro indicio de que en la zona podía haber alguien más, alguien con un nivel de dominio tecnológico muy superior al de una tribu africana. La propia existencia de esta choza también era un enigma: ¿quién la había construido y para qué? ¿por qué estaba desierta? Más aún, en estas semanas comencé a preguntarme por qué se abatió de repente sobre nosotros una tormenta que no estaba prevista en los partes meteorológicos. Y si bien no estoy seguro ahora, dado el estado de shock en que me encontraba en esos momentos, juraría que cuando caímos y salí del avión, ya no llovía más, el sol brillaba intenso sobre la selva. No sería también la tormenta un fenómeno artificial destinado a evitar visitantes no deseados?
En fin, eran, por ahora, todas preguntas sin respuesta, pero yo tenía mucho tiempo para pensar y también para recorrer la selva en busca de elementos que me ayudaran a entender el enigma que me rodeaba. Pero había algo más que me atormentaba. Y si estaba loco? Y si la soledad y el temor habían inoculado en mí el virus del delirio, como le ocurrió a mi homónimo Kurtz que había llegado al corazón de las tinieblas mucho tiempo atrás? Y si los nativos eran reales pero ya habian dejado de tocar hace muchas semanas, y mi mente seguía reproduciendo sus sonidos incesantemente, hasta el fin de los (mis) días?
Me di cuenta de que las cosas tal vez no estaban saliendo tan bien como creía. Mis mandantes y los guerrilleros africanos no habian aparecido, aún, pero tal vez me amenazaba un enemigo más insidioso, un enemigo interno, surgido de mi propia mente ... o tal vez no, tal vez el enemigo era externo pero todavía desconocido para mí, y se ocultaba bien cerca de donde yo estaba ahora.
Hoy a la mañana decidí finalmente ir al encuentro del misterio. No tenía una estrategia pensada -casi nunca pienso estrategias, confio en la improvisacion, aunque no siempre me sale bien-, pero por las dudas fui (bien) armado. Cuando estuve cerca del lugar en donde los nativos producían su sempiterno sonido comencé a caminar más despacio, tratando de no hacer ruido, hasta que llegué finalmente a verlos, tal como lo había hecho el día que aterricé forzosamente en este lugar que se ha convertido, ¿temporariamente? en mi hogar.
Me senté en un sitio desde el cual, al menos así lo creía yo en aquel momento, podía observarlos sin ser observado. Durante varias horas no aparté los ojos de sus movimientos. Intenté fijar mentalmente determinados sonidos y acciones que parecían pautar cambios en su música y en su belicosa coreografía.  Luego de un rato largo de contemplación me pareció ver que esos quiebres se repetían, siempre idénticos. En otras palabras, era como si los nativos repitieran cíclicamente ciertos gestos y movimientos; en un momento anoté mentalmente la hora exacta en la que esos gestos se producían, y esperé a volver a observarlos para tomar nota del lapso que había transcurrido. Una vez hecho esto esperé a que se repitieran otra vez ... el tiempo pasado entre una y otra observación era el mismo ... con una exactitud de milisegundos .... podían unos seres humanos comunes ser TAN precisos, TAN puntuales, cual metrónomos animados? Volví a hacer el mismo experimento, con igual resultado ... las probabilidades de que estuviera frente a un fenómeno espontáneo eran ínfimas.
Y entonces improvisé. O más bien hice algo que bien podría haber significado que ya no pudiera estar aquí escribiendo para contarles sobre mi nuevo encuentro con los nativos del tom tom. Agarré una piedra de tamaño considerable que estaba cerca de mi puesto de observación y la arrojé hacia donde estaban ellos ... y no ocurrió nada ... No sólo no se dieron por enterados, sino que la piedra literalmente pasó entre los cuerpos sin pegarle a ninguno ... Desconfiando de mis sentidos arrojé otra piedra,  y otra, y otra, y otra, hasta que mis brazos se agarrotaron del esfuerzo ... y NADA alteró el rítmico movimiento de mis ahora siniestros vecinos de selva ...
Era evidente que lo que tenía frente a mis ojos era una proyección, una proyección que se repetia una y otra vez, y que alguien emitía con propósitos que yo desconocía por completo. Pero en aquel momento ni siquiera creo haber llegado concientemente a esa conclusión. Luego de que me cansé de tirar piedras que atravesaban a los nativos como si sus cuerpos fueran gaseosos, me abalancé a la carrera contra ellos, gritando con toda la fuerza de mis pulmones ... y yo tambien pasé entre sus cuerpos, la materia no me oponía resistencia, no había nada, ese espacio de selva era puro vacío, y los nativos y su música eran una ilusión que fuerzas superiores habían creado para disuadir a los visitantes de ir más allá de ese lugar.
Cuando llegué a la última línea de las imágenes que me habían parecido antes tan reales descubrí que un camino se abría paso entre la densa selva. No pensé que seguir ese camino podía ser peligroso. Y obviamente podía serlo ya que quien se toma el trabajo de crear proyecciones espectrales en aquel lugar perdido del mundo, seguramente oculta un secreto muy importante. Pero estaba poseido por la fiebre que se apodera de aquel que se enfrenta con algo que no puede explicar y en lugar de volver mansamente a su casa reflexionando sobre los límites del conocimiento, se tira de cabeza al vacío en busca de un saber que puede aniquilarlo.
El camino que recorria no tenía ninguna marca especial, ninguna indicación, ninguna señal, nada que permitiera saber adonde conducìa. No recuerdo exactamente en qué pensaba mientras avanzaba hacia lo desconocido, pero sé que en aquel momento nada hubiera sido capaz de detenerme.
No tengo idea de cuanto tiempo corrí, ni qué distancia atravesé, tampoco sé que esperaba encontrar al terminar mi frenético viaje. Ni siquiera recuerdo lo qué vino a mi mente cuando por fin apareció frente a mí algo, algo que no era de la selva, algo que no era de este mundo, algo que trataba de ocultarse de la vista del hombre y que yo, por casualidad, había descubierto.
Luego del deslumbramiento inicial, entre asustado y gozoso por la increíble belleza de lo que estaban mirando mis ojos, comencé a dudar sobre la realidad de la imagen que tenía enfrente mío. Esa imagen parecía corresponder a instalaciones propias de una civilización superior, y la nave luminosa que colgaba del cielo sobre aquella tierra africana no dejaba dudas respecto de su procedencia. Pero cómo saber si aquello no era también otra ilusión proyectada por un titiritero oculto? Y si el titiretero era mi propia mente desquiciada? Y otra vez hice algo imprevisto, algo de lo cual podía arrepentirme. Fui corriendo a toda velocidad hacia aquello, esperando tal vez ser aniquilado por un rayo fulminante que convertiría mi cuerpo en un conjunto de partículas minúsculas que se desparramarían sin dejar ningún rastro duradero en aquel paraje ignoto. Por suerte para mí (eso creo, aunque no sé si en el futuro no me espera algo peor), lo que me detuvo no fue un rayo cegador sino una pared invisible contra la cual reboté tan fuerte que caí cuan largo soy tres metros atrás de esa valla inesperada. Cuando logré ponerme en pie nuevamente me acerqué a aquel sorprendente muro e intenté, con más cautela, tocarlo. La dureza de esa barrera no tenia comparación con ninguna cosa que hubiera visto antes. Imaginé que nada podía perforarla, al menos nada que el hombre pudiera fabricar. Fui recorriendo con mis manos aquella pared a fin de ver si en algún lado encontraba un hueco, alguna puerta que me permitiera ingresar y averiguar quienes moraban tras ella. Pero luego de un largo rato de exploración me cansé, me di cuenta de que ya anochecía, era peligroso para mí quedarme en aquel lugar, a merced de peligros terrenos y extra-terrenos que no podía anticipar, por lo cual decidí regresar a mi choza, pero sabiendo que pronto volvería para continuar con mi búsqueda.
Y aquí estoy, en mi singular morada, escribiendo estas notas, mientras sigo escuchando a los nativos que ahora sé no son sino un truco destinado a detener a humanos curiosos que pudieran interrumpir las tareas, sean cuales fueren, que aquellos seres de otro mundo desarrollaban en nuestro planeta. Me fui a dormir pensando si aquellos visitantes sabrían ya que descubrí su presencia entre nosotros. Vendrían a buscarme mientras sueño? El revolver que tan efectivo sería frente a mis perseguidores humanos no creo que tenga mucho efecto ante criaturas tan poderosas como aquellas que construyeron lo que hace un rato vi en la selva. La noche fue agitada, aunque los temblores ocurrieron sólo en mi mente. Soñé con imágenes y sonidos extraños, que antes jamás había visto ni imaginado, despierto o dormido. De a ratos esos sueños me producían un terror infinito, en otros momentos la angustia comenzaba a invadirme el pecho, en otros, sin embargo, sentía una felicidad inesperada, una calma etérea.
Hoy desperté pensando en todo lo ocurrido en las últimas horas, sobre su significado. Pero no tengo tiempo ahora de ponerme a descifrar su sentido. Escucho ruidos, motores y gritos, no son los hombres del tambor, ya lo sé. Tampoco los vecinos extraños, ellos tendrían tecnologías más silenciosas seguramente. Son mis perseguidores de esta tierra. Es el momento de pelear, confio en mi arsenal y en el conocimiento que ahora tengo de cada rincón de esta selva. Pero soy uno contra ¿cuántos? Pronto lo sabré, y espero que ustedes también lo sepan, si tengo oportunidad de volver a escribir sobre esta historia.

1 comentario:

  1. Animo Coronel!
    Aqui estamos nosotros esperando a ver como se desarrolla su historia! Fuerza!

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